Crónicas fatídicas

La experiencia Prometeo

I

El comercial era un tipo regordete. Y simpático diría yo. De esos que te encuentras a menudo en las tiendas de coches de segunda mano o, tal vez, comiendo un cubo XL de alitas en un partido de los Yankees. Sentado detrás de su mesa de caoba, nos dio una copia plastificada de la tabla de precios con algunos números tachados y, abajo, unas cuentas con rotulador azul. Paula y yo le echamos un ojo. Ella me miró con una sonrisa. 

—Sé que es más barato de lo que les habíamos presupuestado —nos dijo el comercial. Sus ojos brillaban como dos pequeños soles amaneciendo sobre la curva de sus mofletes—. Les he juntado la nueva oferta de recién casados y la oferta de “Mi primera vez” para experimentadores noveles. —El tipo se inclinó hacia a nosotros con una mano en la boca, como para amortiguar sus palabras—: “No se lo digan a mi jefe”. 

—Se lo agradecemos—le dije—. Mi amigo John nos ha recomendado que elijamos la viruela. La viruela roja en concreto. Me contó que es una experiencia única. Mejor que el salto base. Pero claro, John es un bestia. Yo creo que se pasa de bestia ¿verdad, Paula? 

Paula estaba sentada a mi lado, tan al borde de la silla que me daba miedo que se cayera. 

— Sí, menudo es John…— asintió.

Su forma de decirlo me resultó extraña. Me arrepentí de haber mencionado a John. 

—La viruela, como dice su amigo está muy bien —intervino el comercial—. Es una de nuestras últimas innovaciones y todavía no es una experiencia que elija mucha gente. Su amigo sí que debe ser valiente. Es una experiencia de Clase III, solo reservada para gente realmente inquieta y adicta a emociones fuertes.

—¿Y en qué consiste? — Preguntó Paula. Vi que ahora se mordía el labio inferior. Qué guapa está cuando hace eso. 

—Normalmente, la viruela cursa con llagas extremadamente dolorosas en todo el cuerpo, fiebre alta y temblores que, según hemos experimentado, pueden llegar a descoyuntar los hombros si no estás muy en forma. Damos alta dosis de morfina y glucosa intravenosa. Cuando las llagas supuran damos antibióticos. La experiencia dura siete días. Este plazo máximo es improrrogable. Se pasa en nuestro sótano 3, que es el que reservamos para las experiencias más extremas.  Cuando acaban los días contratados, con un máximo de 7 como les digo, la curamos con un suero hiperinmune que te deja nuevo en dos horas. La mayoría de gente necesita cierta ayuda para llegar a casa pero todos se van encantados, y con algo grande que contar a los amigos.

Paula se giró hacia mí y vi que arrugaba su frente. Me cogió la mano. 

—Jack, tú estás en forma —me dijo—, pero igual es un poco fuerte esto para ti. A lo mejor deberías empezar con algo más flojo ¿no?

—Tal vez sí — comentó el comercial—. Ya que son primerizos yo les recomendaría por ahora el paquete estándar, las experiencias de Clase II. Pueden elegir entre una amplia gama de enfermedades interesantes como la  hepatitis C aguda, el cólera asiático o, por ejemplo, un coma diabético. Pueden disfrutar de la experiencia cada uno por su cuenta, o, ya que les veo tan unidos, elegir la misma experiencia y pasarla en la misma habitación. 

Paula me apretó la mano fuerte. Sus ojos verdes brillaban como nunca.

—¡Qué emoción! —me dijo—. Me miraba con esa cara tan graciosa que ponía siempre que hacíamos juntos algo gordo. Esa mirada de justo los segundos antes de saltar en paracaídas… Se quedó un momento pensativa.

—¿Perdone, y… qué es la Clase I? —Preguntó—. Porque ha mencionado que la viruela está en la Clase III y la hepatitis “no se qué” está en la Clase II, pero existe la Clase I, ¿no? 

—Sí claro. La Clase I son experiencias sorpresa. Son más baratas porque le puede tocar cualquiera. Ahí incluimos experiencias de la clase II y III. Les confieso que metemos los excedentes de experiencias que no ha contratado nadie en ese mes. Pero la Clase I tiene otro atractivo. 

Paula se echó hacia adelante con la cabeza inclinada, clavando sus ojos en los ojillos del comercial.

—En la Clase I metemos experiencias aún por catalogar. Experiencias que acabamos de adquirir y están, digamos, en fase beta. 

—¡¡¡Me apunto eso!!! —Paula dio un brinco en la silla y comenzó a dar palmadas—. Te apuntas conmigo ¿verdad?

Solté mi mano de la suya.

—Buff, no sé…

—¡Venga! ¡Será divertido! ¡A ver qué nos toca!

—Paula… —tragué un poco de saliva— yo tenía la ilusión de la hepatitis C, ya te lo he dicho en el coche. Es la que eligió Joseph el de contabilidad y me dice que es alucinante…

Paula se levantó de golpe. Salió de la oficina dejando la puerta abierta. 

II

La experiencia comenzaba con una pequeña charla informativa que se daba en un aula con unas pocas hileras de butacas y sin ventanas. Éramos cuatro hombres y una mujer. Nos habían vestido con un pijama azul claro y unas zapatillas de felpa blancas. Me moría por un cigarrillo. Pronto me olvidaría de eso.

—La  hepatitis C que les ofrecemos la causa un flavivirus modificado que es capaz de producir una cirrosis hepática en horas. 

La explicación previa a la experiencia nos la daba un médico bajito vestido con bata blanca cerrada por delante con dos apretadas filas de botones. De las orejas le salían un montón de pelitos canosos. En una pantalla nos señalaba con un puntero láser una animación con un ejército de bolitas con pinchos invadiendo un cuerpo humano trasparente y depositándose en el lado derecho del vientre, en un órgano con forma triangular que supuse que era el hígado. 

—La cirrosis significa que su hígado dejarán de funcionar y tomará 

el aspecto de, como decirlo, como… —dudó un instante— un paquete de uvas congelado. 

En la pantalla se veía como la superficie del el órgano pasaba de estar brillante y lisa a ser una especie de conglomerado de grumos con distintas gamas de morado oscuro y negro..  

—¿Y eso duele? — preguntó la mujer sentada a mi derecha.

—No, no duele. Pueden tener algunas molestias pero esa no es la experiencia.

—Eso espero, porque yo he elegido esto porque me dijeron que no dolía.

—Tranquila, lo que pasará es lo siguiente: las vías del hígado por donde va una sustancia llamaba bilirrubina se obstruirán y la bilirrubina saldrá a borbotones a su sangre y de ahí a la piel y las mucosas. Se pondrán amarillos, es lo que llamamos ictericia.

En la pantalla, el hombrecillo virtual se iba poniendo amarillo como un canario.

—Luego, se les llenará la tripa de líquido que goteará del hígado enfermo y que sacaremos con una aguja del 14. Este líquido se lo podrán llevar a casa en una botellita con su foto, si lo desean. 

En la sala se oyó un murmullo de satisfacción. Realmente esta gente estaba en todo.

—Luego, su sangre se llenará de las toxinas que el hígado no puede filtrar y que irán directas a su cerebro. Esto les llevará a lo que llamamos una encefalopatía hepática.

El muñequito de la pantalla, con la tripa hinchada como una pelota de playa, comenzaba a hacer movimientos inconexos con los brazos y las piernas. Las puntas de sus dedos mostraban un temblor fino.

—La sorpresa final —continuó el médico— es que se les hincharán las venas del tubo digestivo. Los vasos sanguíneos del esófago se inflarán de forma notable y cuando se rompan ustedes sangrarán abundantemente por la boca. En los cuestionarios de satisfacción, nuestro clientes siempre ponen a esta sensación ¡el máximo de estrellas!

Aunque el aire acondicionado estaba a tope, empecé a notar el sudor cayendo por las axilas. Mis compañeros se miraba entre sí. Casi podía ver la adrenalina en sus ojos.

—Tras los días de contrato estipulados, les erradicaremos el virus con antivirales y, si todo va bien, el hígado se recuperará en unas horas. Toda la información la verán en este contrato. 

Nos mostró cinco gruesos portafolios.

—Si algo sale mal no se preocupen… ¡que tenemos unos cuantos hígados de sobra en la nevera para ponerles!

Todos se rieron.

Por favor, si están de acuerdo, firmen la última hoja del contrato. Cuando estén listos, por favor, bajen por ese ascensos a la planta -1. 

El doctor de la mata de pelo en las orejas nos dio a cada uno un contrato en un portafolios transparente. En la primera hoja ponía en letras negras: Experiencia Prometeo (Hepatitis C aguda). Debajo, se veía, como a carboncillo, el dibujo de un hombre semidesnudo encadenado a una roca. Un águila se le acercaba desde el horizonte y el hombre sonreía. 

Me puse a leer el contrato, que tenía 52 hojas, pero mis compañeros lo firmaron enseguida y tomaron todos juntos por el  ascensor. A los pocos minutos me reuní con ellos en la planta -1. En ese momento pensé en Paula.

III

Pasé la fase de ictericia y la del líquido en la tripa sin novedad. ¡No era para tanto! Me habían tenido que vaciar el líquido unas tres o cuatro veces. Me pinchaban en el lado derecho del abdomen y, por una goma, salía un líquido turbio parduzco, como orina concentrada, que metían en botellas trasparentes de varios litros.  

Estábamos en una sala grande de paredes blancas con tres camas a cada lado. Yo ocupaba la más cercana a la puerta. Tres de mis compañeros se habían quitado el pijama azul y permanecían desnudos enredados en una maraña de sábanas blancas. Su piel y sus ojos eran ya casi más verdosos que amarillos.  A veces hacían gritos guturales y se movían como serpientes dentro de una olla al fuego. Se les veía dentro de la experiencia. 

Siempre teníamos una enfermera sentada a la cabecera de la cama y cada hora o dos venía un médico que no examinaba de pies a cabeza. También había gente pululando entre las camas, vestidos con pijamas de quirófano naranjas, muy diferentes a la ropa de enfermeros y médicos. También llevaban gorros y mascarillas con dibujitos, como comics. Pero estos personas no hacía nada que yo viera. Solo miraban. Pasaban unos minutos con nosotros y se iban.

Entonces llego el vómito. Me incliné hacia delante y emití un chorro de sangre del diámetro de mi boca que empapó toda la cama y se derramó por el fondo de la cama, llegando a salpicar las paredes. Vi como se encendía una bombilla amarilla y entraron un grupo de esas personas con pijamas naranjas. Unas diez o quince.

Las enfermeras me pusieron un montón de sueros y cables por el pecho que iban a monitores llenos de gráficas y alarmas. Llegaron más personas naranjas. Se acumularon en forma de círculo alrededor de mi cama.  

Se me acercó un médico. Iba tapado con una mascarilla, pero le reconocí por la mata de pelo de sus orejas.  

—Amigo, lamento decirle que tenemos que abortar la experiencia…

Entonces  uno de las personas naranjas se acercó por el lado contrario de la cama y me apretó la mano. 

—Tendremos que hacer una intervención para cortar la hemorragia —me dijo el médico— Tranquilo que todo va a ir bien. 

El médico se dirigió a la multitud naranja que se había formado.

—Por favor, aquellos de ustedes que hayan contratado la experiencia invasiva integral de la Clase I que se pongan a este lado. 

Dos o tres personas naranjas salieron del círculo y se acercaron al médico. Una enfermera trajo una mesa metálica llena de utensilios.

—Tranquilo, ahora le ponemos la anestesia —me dijo el médico—. Cuente desde veinte hasta uno muy despacio. Se quedará dormido en breve y no notará nada.

Comencé a contar: veinte, diecinueve… buff a ver qué me hace esta gente… que se ponga los guantes dice el de los pelos, ¿a quién se lo dice?

Dieciocho…, diecisiete… 

—Cuidado no se le caiga —Veía al médico hablar con una chica de naranja—… así…, ¡no!, ¡se le cae!. Ahora le traemos otro guante

Dieciséis, quince… 

—Coja el bisturí… ¿Es usted zurda? Pues con la izquierda claro…

Catorce, trece… ¿risas?

—No se preocupe que yo la guío… 

…Doce, once… 

—Corte por aquí… con decisión… 

—¿No le haré daño?

—No se preocupe que ya está casi dormido

Diez, nueve… 

—Es que me tiene que durar mucho

¿Paula?… ocho,…, … siete, … ¿de qué se ríen?

—Sí, sangra bastante… la ayudo… corte… 

Cinco,… dos,…,…, uno

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