Crónicas fatídicas

Némesis

Cuenta la leyenda que Némesis, diosa griega de la venganza, odiaba a los humanos con todo su corazón. ¡Seres más débiles y aborrecibles! —pensaba—. Le divertía bajar a la tierra y crear disputas entre vecinos, hermanos, Reyes, o amantes. Eso daba lugar a venganzas interminables. Pero nada le bastaba. Cada vez necesitaba más odio para calmar su sed. Sentada en su trono, rodeada de antorchas y serpientes, pasaba largas horas afilando su espada con una piedra de molino. 

Un día, al finales del verano, miró distraída a los humanos. Los vio cantando y bailando en las fiestas del Estío. La música que le llegaba era hermosa. Las crónicas no dicen si fue por la música, la alegría desbordada de los humanos o por designios del destino, pero, en ese instante, se dijo basta. Estaba cansada: no más odio. Voy a ser una diosa buena. Estos humanos me amarán como a ninguna diosa. Harán sacrificios y fiestas en mi honor. Decidió ir a hablar con Zeus, el padre de los dioses:

—¡Oh, divino Zeus! A partir de ahora quiero ser la diosa de otra cosa —le dijo sin ningún  preámbulo.

Zeus abrió los ojos como ánforas y dejó caer un pequeño rayo de su mano derecha.

—Sí, diosa de otra cosa —insistió Némesis—: de la gula por ejemplo, o no sé… del comercio. Bueno me da igual, de algo en lo que encuentre satisfacción, algo bello: ¡estoy harta de la venganza y el odio!

—Némesis, querida—dijo Zeus—, ya sabes que Adefagia se encarga de la gula y Hermes del comercio. ¿Tú te crees que puedes pasar a ser diosa de otra cosa sin más? ¿Qué pensarían de nosotros los humanos? 

—Zeus, “querido” — respondió Némesis— ¡Créeme que los humanos no se extrañarían! Piensa que tu padre, Cronos, le cortó los testículos a tu abuelo Urano con una hoz… y a ti casi te devora… Saben que aquí hacemos de todo: beber néctar y comer ambrosía como faunos, copular con dioses, semidioses y humanos, vengarnos de ellos… mira a Hera mandado tábanos salvajes a Io como una loca, mira a Afrodita convirtiendo a Acteón en ciervo, o lo del águila que se come el hígado del pobre Prometeo. Zeus, de verdad: ¡ningún humano se va a extrañar de nada!

—Sí, en eso llevas razón— admitió Zeus un poco avergonzado.

—Además, si deja de haber venganzas seguro que los humanos serán más felices. Habrá menos guerras, reinará la paz entre los vecinos y amantes… Me adorarán y yo tal vez encuentre serenidad…

—Bueno, déjame pensarlo —replicó Zeus—, la verdad es que estos humanos están siempre en trifulcas. Tal vez si quitamos la venganza se tranquilicen un poco,

Pasaron los días y Zeus no le daba una respuesta. Némesis hablaba continuamente con su amiga Lisa, la diosa de la ira frenética y la furia, pero no encontraba consuelo. Cada día que pasaba se encontraba más irascible. Se entretenía generando guerras y conflictos cada vez más crueles; su agitación y su sed no paraban de crecer. 

Un día, Némesis se cruzó con Eutimia, hija de Zeus y diosa del buen humor, de la alegría y del contento. Eutimia llevaba una túnica morada y el pelo lleno de flores pero mal recogido. Se habrá pasado el día bailando, como siempre —pensó.

—¡Uy, Némesis!, te veo disgustada —dijo Eutimia—. Creo que necesitas un poco de gozo. ¿Te vienes conmigo a un banquete al que iré esta noche con las musas?

—No gracias —respondió Némesis—. No estoy para banquetes —dijo, apretando los puños. 

—Bueno, pues al menos toma una flor de mi pelo—dijo Eutimia arrancándose una enorme flor amarilla de su melena.  

Cuando Némesis miró a los ojos chispeantes de Eutimia, que con una enorme sonrisa le ofrecía una flor amarilla, no pudo más. Cogió la espada que llevaba al cinto. La espada que le gustaba afilar con piedras de molino. Una pequeña abeja salió de la flor amarilla de Eutimia. Llevaba algo de polen entre las patas. Revoloteó sobre las diosas por unos instantes, pero luego salió huyendo con un zumbido. De un solo golpe, Némesis le cortó a Eutimia el brazo derecho por encima del codo. La sangre calló como un terrible augurio sobre los humanos.

La noticia hizo montar en cólera a Zeus. Buscó a Eutimia pero no pudo hacer nada para reponer su brazo mutilado. La espada de la Venganza no tiene vuelta atrás. Los humanos lloraron por la diosa de la felicidad. Quedaría para siempre mutilada.

Némesis escapó a toda prisa del Olimpo convertida en oca y bajó a la tierra. Zeus la persiguió convertido en cisne y la dio alcance. Como castigo por su crimen la condenó a vivir para siempre fuera del Olimpo. En su lugar más odiado. La metió para siempre en la esquina más oscura del corazón de los humanos.

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