Crónicas moluscas

El monstruo amarillo

Alicia hacía mucho que se bañaba sola. Tenía ya 9 años. ¡Qué vergüenza si me ven mis padres!, ¡o mi hermana Paula!, pensaba. 

Un día, tumbada en la bañera mientras se enjabonaba la tripa, Alicia se fijó que había una especie de grieta en el techo. Qué curioso porque llevaba toda la vida bañándose ahí y nunca la había visto. Era una grietita pequeña como una ramita de árbol negra y larga. Al día siguiente, vio que le habían salido como brazos. Día a día iba viendo cómo crecía. Le salieron unas líneas arrugadas que parecían piernas finas. Una tarde, en la que tenía todo el baño lleno de vaho, se le formó una cabeza, como una pelota con dos ojos, uno más grande que el otro, y un montón de pelo largo que le caía por los lados. También tenía pelos debajo de los brazos y parecía que un poco entre las piernas. Además, iba tomando un color amarillento, como de Sugus de limón.

El día en el que cumplía 10 años, Alicia se estaba bañando para su fiesta. Tenía un montón de regalos esperándola en el salón. Su madre había invitado a toda la clase, y a sus tíos, y a su abuela Clara. Se intentó bañar rápido sin pensar en la grieta pero no pudo evitar mirarla: ahora era como un manchurrón amarillo oscuro, de más o menos su tamaño. Pegó un grito cuando vio que, con ayuda de sus brazos y piernas como palos, la mancha bajaba por la pared y se metía en la bañera. El agua caliente se volvió fría y se le cortó la respiración. Dio un respingo, salpicando todo el suelo del baño, cuando notó que el monstruo se metía por su tripa. Se quedó muy quieta a ver que pasaba. Miró al techo y la mancha había desaparecido. Salió del baño tiritando, pero no notó nada más. Por el momento.

Entró en el salón de casa, con el pelo aún mojado, y vestida con su vestido rojo preferido. Todos las miraron con una sonrisa, pero algo andaba mal. Paula, su hermana mayor, puso una cara rara. ¿Qué pasa? Su hermana tenía 14 años y era un incordio, siempre molestándola, pero hoy no se burlaba: solo la miraba muy raro. Alicia pensó que tal vez tenía el monstruo dentro del cuerpo. Pero no era eso, era peor. Se miró la tripa y se vio por dentro; tenía la piel del cuerpo como transparente. Se fue corriendo a su habitación. Se fijó que incluso con ropa, podía verse las tripas dentro del cuerpo, que eran iguales que en las fotos del libro de ciencias de colegio. Se veía el estómago, que era de color rosado, y de ahí salían unos los intestinos muy largos y brillantes de color gris. Si se fijaba mucho, podía ver hasta un poco de caca moviéndose como bolas por ahí dentro. Se tapó con una manta, pero su madre la sacó de la habitación de malos modos  y la obligó a volver a la fiesta. 

Allí, se dio cuenta de que todos los niños la miraban. Se escondía detrás de las mesas y se tapaba la tripa con las manos. Pero no podía taparse entera. Sus padres no parecían verlo pues seguían a lo suyo.  Tampoco sus tíos, ni la abuela Clara, pero los amigos del cole empezaron a cuchichear y a reírse. Sopló las velas a toda prisa  y se fue de nuevo a su habitación. Estaba segura de que todos estaban hablando de sus tripas, o de que le veían el corazón y los pulmones. 

Desde entonces Alicia siempre iba al cole con jerséis muy gordos aunque ya era primavera y hacía mucho calor. La ropa le tapaba algo las tripas pero notaba que murmuraban cuando ella no las oía. 

—Alicia, ¿por qué no te quitas el jersey? Con el calor que hace te va a dar el sarampión —le decía su abuela Clara. 

—No, estoy bien, abuela —le decía, y volvía corriendo a meterse a su cuarto. 

Alicia dejó de bañarse por si se le metía otro monstruo. Uno que hiciera que se le viera el cerebro; o las bolas de los ojos, como una vez había visto en la cabeza de un cordero en la carnicería. Además no quería comer. Así no se vería esas bolitas de caca bajando por la tripa. Me muero si me ven eso. 

Sus padres la llevaron al médico normal luego a otro muy serio en un hospital.  Le preguntaba cosas raras. Ella le respondía que estaba bien, pero que tenía alergia al agua y que no comía porque no tenía hambre. Aunque se moría por una hamburguesa con un montón de kétchup y por una Fanta de naranja. 

De vuelta del hospital, en el coche de sus padres, un día su hermana Paula se acercó a su oído y le susurró:

—Sé lo que te pasa…

Alicia la miró sorprendida. Seguro que Paula se quería reír de ella y de sus tripas. Se puso las rodillas en el pecho y se quedó hecha una bola en el asiento del coche.

—No te preocupes, que te voy a ayudar…

Cuando llegaron a casa, Paula llenó la bañera hasta casi el borde con agua muy caliente. Echó un jabón que hacía bastante espuma. Se desnudaron y se metieron las dos juntas en la bañera, con lo que se salió bastante agua que llenó el suelo del baño. Alicia, la miró asustada. 

—Tranquila —le dijo Paula mientras le pasaba una mano por el pelo.

Esperaron un buen rato allí juntas, dentro de la bañera, casi sin moverse. Entonces, entre el vaho que llenaba el baño, Alicia vio que la mancha salía de su cuerpo, con su cabeza llena de pelos y su cuerpo amarillo, y se quedaba flotando en el agua a sus pies. En ese instante, su hermana le dijo que se fuera y Alicia salió de la bañera, empapando el suelo aún más de agua, y dejando a Paula dentro. En la superficie del agua podía ver la forma del monstruo amarillo flotando entre la espuma. Después vio como se metía en el cuerpo de su hermana mayor. Pero su hermana seguía muy seria y no pareció que le importara. 

Paula salió del agua, tomó dos toallas blanca muy grandes. Se cubrió con una de ellas y con la otra envolvió el cuerpo de Alicia.

—Ya está, Alicia. Ya no tienes que preocuparte de nada. Ya me ocupo yo de darle a ese monstruo su merecido.

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